Susana (34 años)
Me llamo Susana y hace seis años que voy en silla de ruedas. Desde que reuní la fortaleza suficiente, he luchado porque mi discapacidad no defina quién soy y mucho menos cómo quiero vivir.
De niña me decían que llamaba la atención lo independiente que era y quizá por eso me costó tanto asumir que habrá cosas para las que siempre necesitaré ayuda. Mis padres y mi hermana Irene han sido un apoyo incondicional para mí. Pero tengo 34 años y me encantaría independizarme y poder hacer mi vida sin condicionar tanto la suya. El problema es que, aunque trabajo, no tengo medios suficientes para pagar el sueldo de una persona que me ayude en el día a día.
Por eso, si tengo que pedir algo para estas Navidades, es que las administraciones públicas aumenten la cuantía de las prestaciones por Dependencia. Ése sería el mejor regalo para que tanto yo como mi familia podamos tener una vida plena.
Dani (27 años)
La Navidad siempre ha sido mi época favorita del año. Me encanta ver las calles iluminadas, poner el árbol en casa, los menús de mi madre… Pero lo que más me gusta es que todo el mundo vuelve a casa por Navidad y, al menos una vez al año, nos juntamos todos los amigos.
Si tuviera que elegir un día, me quedo con la Nochevieja. Desde nuestro primer cotillón, en mi grupo siempre ha sido una noche épica. Pero este año he decidido no salir. Llevo ocho meses en silla de ruedas por culpa de un accidente de moto y no quiero enfrentarme a que mis amigos tengan que cargar conmigo para entrar y salir de los bares. Ellos me han dicho que no puedo fallarles y sé que va en serio, que no les importa tener que hacerlo. Pero a mí sí. Es una cuestión de dignidad. Necesito sentir que al menos tengo el control de entrar en un bar por mi mismo. Sin miradas de lástima, siendo simplemente un chico que está de fiesta con sus amigos.
Así que mi deseo para esta Navidad puede ser algo muy sencillo o muy difícil de conseguir, depende de lo empáticas que sean las personas responsables. Para mí, una simple rampa sería algo muy grande, porque me permitiría volver a disfrutar con mis amigos de mi noche favorita.
Jesús (47 años)
Soy padre de un niño con discapacidad y, desde que nació, mi mujer y yo supimos que no sería fácil, que su vida siempre sería diferente. Pero creo que lo hemos hecho bien porque Lucas es un niño feliz.
Este año ha empezado el colegio y, por primera vez, hemos sido conscientes de que su bienestar no siempre dependerá de nosotros. Después de valorarlo mucho, decidimos que fuera a un colegio ordinario para crecer en un entorno de normalidad. Pero el centro no cuenta con medios ni profesionales de apoyo suficientes para atender a los niños y niñas con necesidades especiales. A eso se suma, que las actividades y excursiones no son inclusivas.
Es muy duro ver cómo tu hijo, a pesar de su inocencia, comienza a sentir que no es como los demás. Por eso, mi mayor deseo es que Lucas pueda tener todo el apoyo que necesita para educarse en una escuela en la que, de verdad, haya sitio para todos.
Antonio (62 años)
Me llamo Antonio, tengo 62 años y hace poco he sido abuelo. Desde que nació, mi nieta se ha convertido en mi alegría de vivir. A mí me gustaría pasar más tiempo con sus padres y con ella, pero no puedo debido a mi discapacidad.
Hace un año, sufrí un ictus que me paralizó. Ni siquiera puedo salir de casa, porque vivo en un edificio de hace 50 años, que no tiene ni rampa ni ascensor para subir o bajar. Soy un abuelo que no puede hacer lo que hacen los abuelos con sus nietos: ir al parque, a comprar al quiosco o a pasear por el barrio…
Mis vecinos no quieren asumir el gasto que supondría instalar un ascensor a pesar de que la ley les obliga. Por eso, lo que más deseo para estas Navidades es que se pongan en mi lugar, porque mañana podrían ser ellos, y hacer accesible el edificio para que mi casa deje de ser una prisión.
Teresa (17 años)
Soy Teresa, una chica de 17 años con discapacidad. Estoy en Segundo de Bachillerato y mis notas son de las mejores de la clase.
Estas semanas hemos empezado a tener sesiones con el orientador para ayudarnos a elegir carrera y por primera vez he tenido miedo al futuro. Él me dice que confíe en mí, que voy muy bien y tendré las mismas oportunidades que mis compañeras y compañeros. Yo tengo mis dudas.
Dejar el instituto me asusta porque aquí siempre he sido una más. Pero, a partir de ahora, no sé si ser estudiosa bastará para conseguir el trabajo que quiera el día de mañana. Tampoco sé si mis circunstancias me permitirán asumir los mismos retos que mis amigas y disfrutar de un tiempo que todo el mundo considera irrepetible.
Así que mi deseo para estas Navidades es que cambien tanto las cosas, que no tenga sentido que una persona como yo tenga miedo al futuro por tener una discapacidad. Estoy a punto de empezar una nueva etapa y quiero poder vivirla con la misma ilusión y posibilidades que cualquier persona de mi edad.
Luisa (54 años)
Me llamo Luisa y tengo esclerosis múltiple. Debido a mi enfermedad, me toca visitar hospitales muy a menudo y, aunque no es plato de gusto para nadie, en mi caso la experiencia suele ser dura. Sobre todo cuando, por circunstancias, tengo que ir sola. Porque, entonces, la sensación de desvalimiento es total.
Muchos centros sanitarios a día de hoy no son accesibles para las personas con discapacidad y moverse por allí se acaba convirtiendo en una odisea. No siempre encuentras a la persona de turno que te ayude a sortear las dificultades y a veces te enfrentas a situaciones de trato insensible. Una de las cosas más denigrantes para mi es, por ejemplo, no poder entrar al servicio porque no hay espacio suficiente para la silla de ruedas.
Dado que mi salud depende de ello, me gustaría mucho que ir a un hospital fuera algo más sencillo, más humano… y que, cuando tenga que hacerlo, mi autoestima no se vea dañada por el camino. Ese sería un buen deseo para estas Navidades.
Raquel (40 años)
Desde que soy madre me he dado cuenta de que, cada vez que me dicen que pida un deseo, no suelo pedir nada para mí sino para Daniela. Mi niña nació con espina bífida y nunca llegó a caminar.
Hace unos días estaba a su lado mientras veía los dibujos y, de repente, empezó a gritar: “¡Mami, mira, es como yo, es como yo!” Creo que pocas veces la había visto tan emocionada y todo porque estaba viendo en pantalla a una niña en silla de ruedas. En ese momento me costó contener el llanto porque me di cuenta de que su alegría era proporcional a lo diferente que debe sentirse en su día a día, aunque ella nunca lo haya verbalizado.
Desde entonces he estado reflexionando sobre lo importante que es encontrar referentes y no he parado de buscar películas o series infantiles que aborden el tema de la discapacidad. Por eso, mi deseo para estas Navidades es encontrar más historias y personajes que hagan ver a Daniela que no está sola porque, como seres humanos, todos necesitamos sentirnos identificados.
